Y ya parecía que ella se iba quedando sin
miradas, su vista viajaba de mi izquierda a mi derecha sin pasar por mí,
alguien me aseguró que físicamente aquello era imposible, mas como tantas
extraordinarias cosas que era ella capaz de hacer, éste truco que desafiaba las
leyes naturales no era la excepción. El vaivén de sus ojos desenfocados era
doloroso de imaginar, ni hablar del dolor que provocaba en mí la indiferencia
de la luz que se colaba en sus pupilas…
Cuántos
sentimientos existen? –Me preguntó alguna vez Beto.
Menuda
pregunta. Si tomamos la vista por ejemplo unos de los tantos factores que
gestan un sentimiento, no nos será difícil imaginar la inmensidad dentro de la
inmensidad. Es decir, he visto las llaves de pantones que cargan por allí, ya
cada vez con menos frecuencia, los que trabajan con color… Es imposible a
cierto punto determinar la diferencia entre un color y aquél que le sigue de
manera inmediata, ya no sabe uno si se trata de un marrón tirando a vino tinto
o un morado que perdió su güasonería en un descuido. Eso es la vista, si
añadimos el gusto, el tacto el olfato y el oído, la cosa se va poniendo un poco
más complicada, si encima le tiramos el pensamiento encima… ya van averiguando
por dónde mastica el verde reptil.
Hasta hace algún tiempo, en mis habilidades
vivía la de mantener la mirada de aquella mujer dormida en mis ojos. Algo
sucedía en ellos que hacía encallar su atención, horas y noches enteras. No
existía diálogo alguno que no pudiera viajar en entre sus parpadeos y los míos,
ni había algo que valiera la pena que no pudiera decirse llevando los ojos a
alguna esquina de sus cuencas… Ahora cuando coincidimos en un afán por retomar
el tema, sus palabras en mi ojos tallaban como granos de arena, como aquello
que ha de sacarse cuidadosamente sin lastimar irreversiblemente el sentido…
Haciendo
gala de mi capacidad analítica, en síntesis me apresuré a contestarle a Beto:
–Amigo,
yo creo que los sentimientos son infinitos. Creo que sería prácticamente
imposible delimitar el final de la euforia con el principio de la alegría
superlativa si es que se dan en ese orden y sentido, entendiendo una gama de consenso general
entre lo que tú entiendes como uno y otro con las demás personas. Es muy
complicado, debe ser un número infinito. Ambos reímos al recordar una añeja
discusión con otro amigo en común, quien sustentaba la teoría de que la música
era finita. Que una escala finita de notas puede llegar a producir solamente un
numero finito de melodías, es decir, que en teoría cualquier canción estaba ya
inventada en algún punto del tiempo. La teoría de éste amigo no dejaba de ser
interesante, no obstante lo poco romántico del concepto.
Si bien era cierto que su lenguaje corporal
era majadero e insolente ante mi costumbre, yo seguía prendido de la idea de
enganchar sus pupilas como quien trata de enhebrar un hilo a contra-reloj,
cuando se ven los segundos llegar a nada. La falsa certeza que me provocaba pensar
que podría asir por un momento su atención, otra vez, de una vez, era la misma
que me consumía cada vez, de una vez… Parecía que me hubiese tomado contra
exigencia de explicación ante lo obvio que desarma, ante lo que solo tiene una
interpretación y no se quiere pronunciar, las palabras se atascan en el camino
unas con otras, como las miradas que no encuentran blanco ni respuesta y se
condensan en sal, amarga e irritante.
Sinceramente
y ya a distancia en el tiempo, creo que los sentimientos son los
neurotransmisores entre las neuronas del alma y las neuronas del cuerpo. Son
los servo-motores que nos dicen cómo y donde está la razón en relación con los
otros. Los sentimientos son los catalizadores de las relaciones humanas. Un
cuerpo catatónico se desconecta de su entorno incapaz de desembarcar con los
demás. Los sentimientos han de ser los súper-conductores por excelencia, lo que
va después de la fibra óptica esa tan de moda. Finitos o infinitos? No lo sé
Beto. Tampoco podría catalogarlos como buenos o malos, porque finalmente
desencadenan en una conducta, que debe de ser consciente y responsable en la
mayor de las veces por lo menos.
Debo haber sido capaz de enlazar una mirada,
una vez, de una vez… Quizá pronuncié aquello que no tiene otra forma de decirse
porque mis ojos estaban calmos y sin sal… Quizá miré algo bien, porque en mis
recuerdos solo vive la mirada que cada noche se dormía en mis ojos, una vez, de
una vez…
Francisco
Delfino.